
Gaza no solo muere bajo las bombas. Gaza muere de hambre, de sed, de abandono
Día tras día, hora tras hora, una población entera se apaga en la más cruel de las agonías: la del silencio. Sin estruendos que despierten al mundo, sin portadas que enciendan conciencias. Porque hay formas de exterminio que no hacen ruido, pero matan igual —o incluso más— que un misil. Y eso es lo que hoy ocurre en Gaza.
No es una metáfora. No es un recurso literario. Es la realidad avalada por las cifras del Programa Mundial de Alimentos de la ONU: se han agotado los suministros. Ya no queda comida, no hay reservas, no hay posibilidad de distribución. ¿La razón? Un bloqueo impuesto con mano de hierro por el ejército israelí, que impide el paso de camiones humanitarios, que bombardea convoyes, que detiene o saquea lo que debería ser ayuda vital.
En Gaza, hoy, se sobrevive —si es que eso puede llamarse vida— con un puñado de arroz, pan elaborado con pienso animal, agua contaminada que enferma a los niños. Las madres saben que esa agua los mata lentamente, pero no tienen otra opción. Las embarazadas dan a luz sin anestesia, sin medicación, sin la más mínima garantía de salud o dignidad. Los hospitales han dejado de ser refugio. Se han convertido en pasillos oscuros donde reina la muerte, sin electricidad, sin insulina, sin antibióticos, sin esperanza.
Todo esto no es casual. No es un daño colateral. Es una estrategia.
El hambre, en Gaza, no es una consecuencia. Es un arma. Es un castigo colectivo. Es parte de un plan sistemático que viola todas las normas del derecho internacional, pero que sigue siendo tolerado por los grandes poderes del mundo. La Convención de Ginebra lo prohíbe. El sentido común lo condena. Pero aún así, gobiernos como el de España mantienen relaciones diplomáticas, económicas y militares con el régimen que perpetra este cerco.
Estamos ante un crimen, no ante un conflicto. Ante un genocidio planificado, no ante una guerra convencional. Gaza es el espejo más sucio y más real de la decadencia moral de nuestra civilización: niños muriendo por falta de pan, mientras los países que se dicen democráticos firman acuerdos comerciales con sus verdugos.
Cuando Naciones Unidas declara que ya no puede alimentar a Gaza, no está informando: está implorando. Es un grito de auxilio dirigido a todos los pueblos, a todas las instituciones, a cada persona con conciencia. ¿Vamos a permitir que un pueblo entero muera de inanición con el sello de la ONU en su certificado de defunción?
La responsabilidad es política. Y por tanto, la respuesta también debe serlo. Exigir un alto el fuego no basta. Hay que levantar el asedio. Hay que imponer sanciones. Hay que suspender toda colaboración militar con quienes usan el hambre como arma. Ya no se puede fingir neutralidad. Neutral es quien calla mientras otros mueren.
Mientras Gaza desfallece sin comida ni medicinas, Europa firma contratos con su asesino. Mientras los hospitales se apagan por falta de energía, el Ministerio de Defensa español compra municiones a quienes impiden que lleguen los generadores. Eso no es diplomacia. Eso es complicidad.
Desde RifPost lo decimos claro: el hambre en Gaza es un arma de guerra. Y quien no la denuncia, la sostiene. ¿Qué opinas? Queremos leerte en comentarios 👇
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