Firmado por: La Redacción de RifPost.com

Nos decían que la historia avanzaba. Que estábamos mejor que antes. Que el mundo aprendía de sus errores. Que los derechos humanos eran sagrados y que la vida —esa cosa frágil y maravillosa— se protegía, se valoraba, se celebraba. ¡Qué tontos fuimos al creerlo! ¡Qué ingenuos! Gaza ha venido a recordarnos que el infierno no es una metáfora: está en la Tierra, tiene coordenadas exactas, y lleva años abierto al público.

Pero tranquilos, no pasa nada. Todo está en orden. Las bombas llueven sobre niños y ancianos, hospitales se reducen a cenizas, los alimentos escasean y el agua potable es un lujo, pero las democracias occidentales están «profundamente preocupadas». ¿Y qué sería del horror sin su dosis de hipocresía diplomática?

Porque ya no se trata solo de guerra, ni de resistencia, ni siquiera de política. Lo de Gaza es una limpieza étnica en tiempo real, retransmitida a través de redes sociales, con subtítulos y banda sonora. Y mientras tanto, nosotros aquí, viendo cómo el mundo aplaude con cara de circunstancia mientras un pueblo entero es desangrado con precisión quirúrgica.

Gaza, el lugar donde la vida no vale nada

Nos gustaría escribir sobre otra cosa. De verdad. Nos gustaría hablar de arte, de cultura, de avances científicos, de solidaridad entre pueblos. Pero no podemos ignorar que, a día de hoy, ser palestino en Gaza es una sentencia de muerte firmada por el silencio del mundo.

¿Qué hizo mal esta gente? ¿Nacer en el lugar equivocado? ¿Resistirse a ser borrados del mapa? ¿Negarse a vivir arrodillados? Pues eso. Suficiente motivo, al parecer, para merecer el exterminio.

¿Y el crimen de los bebés? ¿El pecado de las madres que amamantan bajo los escombros? ¿La culpa de los niños que juegan en la calle antes de que un misil los convierta en estadísticas? Ninguna, salvo ser cifras incómodas que las potencias del mundo prefieren no mirar de cerca.

Pero, por suerte, tenemos a los expertos en Derechos Humanos

Ah, los expertos. Los que escriben informes, firman comunicados y lanzan tweets cuidadosamente redactados para no molestar a nadie. Los que denuncian “excesos” como si se tratara de una multa de tráfico, y no de cuerpos mutilados.

¿Dónde están ahora? ¿Qué pasó con los valores de la Ilustración, con la dignidad humana, con los principios universales? ¿O es que los Derechos Humanos tienen GPS, y solo se activan cuando los muertos son blancos, rubios y con pasaporte europeo?

¿Será que el dolor palestino no puntúa en la escala de tragedias aceptables? ¿Será que la sangre árabe no mancha tanto como la occidental?

Una civilización que premia a los verdugos y castiga a las víctimas

Gaza ha sido arrasada. Lo dicen las imágenes, los supervivientes, los periodistas que aún pueden hablar desde allí. Pero para algunos medios, todo esto es “un conflicto”. Una “respuesta”. Un “acto de defensa”. Qué elegantes son cuando hay que blanquear un genocidio. Qué poéticos para justificar la barbarie.

Y mientras tanto, se criminaliza a quien levanta la voz. Se censura al que muestra imágenes. Se cancela al que denuncia. Porque no basta con asesinar: hay que silenciar, hay que borrar.

¿Quién necesita hornos crematorios cuando se pueden enterrar pueblos enteros bajo toneladas de lenguaje burocrático y desinformación?

Dios lo ve. Y no olvida.

Aquí en RifPost.com no somos jueces ni profetas. No tenemos aviones, ni tanques, ni escaños en el Consejo de Seguridad. Pero creemos en algo más fuerte que todos los arsenales del mundo: la justicia que trasciende a esta vida.

Creemos que hay un Dios —sí, con mayúscula y sin rodeos— que todo lo ve. Que no necesita testigos ni pruebas forenses para saber lo que está ocurriendo. Y que, más tarde o más temprano, pondrá a cada cual en su sitio.

Porque hay crímenes que no prescriben, aunque no lleguen nunca a La Haya. Porque hay verdugos que se pasean hoy por las cumbres internacionales, pero que no escaparán del juicio final.

Y lo decimos sin odio, pero con toda la contundencia del que ha perdido la paciencia: esto no quedará impune. Ni en esta vida, ni en la otra.

No, no somos neutrales. Y nunca lo seremos.

Algunos nos dirán que exageramos. Que debemos “escuchar a ambas partes”. Que hay que ser “equilibrados”. A ellos les respondemos con una carcajada: la neutralidad frente al genocidio es complicidad.

No esperen de nosotros frases ambiguas ni cobardías editoriales. Si lo que buscan es un medio que condene “la violencia de ambos lados”, les sugerimos cambiar de canal. Aquí decimos las cosas como son: a Gaza la están exterminando, y el mundo lo está permitiendo.

No pedimos caridad. Pedimos justicia. No exigimos compasión, sino acción. No queremos lágrimas de cocodrilo, sino el fin de esta pesadilla.

Un día, los libros de historia hablarán de esto. Y tú, ¿dónde estabas?

Sí, un día esto acabará. Toda masacre llega a su fin. Todo imperio cae. Y cuando llegue ese momento, cuando los supervivientes reconstruyan con las manos lo que otros destruyeron con bombas, el mundo tendrá que mirar atrás y rendir cuentas.

Se hablará de los cómplices silenciosos, de los indiferentes disfrazados de neutrales, de los asesinos diplomáticos. Y también, esperamos, se hablará de los que no callaron.

De los que, desde su pequeña trinchera —como esta redacción—, se atrevieron a gritar lo que otros susurraban: que la vida palestina vale lo mismo que cualquier otra. Que resistir no es un crimen. Que el silencio nunca fue una opción.

Gaza duele. Gaza sangra. Gaza resiste. Y no está sola.

A quienes hoy están bajo los escombros, a quienes aún respiran entre el polvo, a quienes han perdido todo menos la dignidad: no olvidamos. No perdonamos. No miramos para otro lado.

A quienes disparan, destruyen y justifican: no les tememos. No les admiramos. No les creemos.

Y a quienes piensan que esto es el fin, les dejamos un recordatorio: el alma de un pueblo no se destruye con bombas.
Y el juicio divino no se cancela con un veto en la ONU.

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