
Islam y democracia: el prejuicio de Pérez-Reverte en prime time
En El Hormiguero vimos otra vez la escena de siempre: Arturo Pérez-Reverte lanzando una frase lapidaria, Pablo Motos asintiendo y el público aplaudiendo. El eslogan fue este: “el islam es incompatible con la democracia”. Rotundo. Contundente. Y profundamente falso.
El islam no es un bloque uniforme ni una rareza cultural. Es una civilización de más de catorce siglos con un libro revelado que ha inspirado justicia, consulta, convivencia y respeto a la dignidad humana. Mientras Europa quemaba herejes en plazas públicas, el mundo islámico levantaba universidades, hospitales y bibliotecas abiertas al conocimiento. Eso, Arturo, también es democracia.
El problema no es el islam. El problema es el cliché. Reducir a casi dos mil millones de creyentes a una caricatura vende titulares, insulta a la inteligencia. Es cómodo repetirlo en televisión: suena fuerte, provoca aplausos y evita la incomodidad de leer historia de verdad.
Pero lo más grave es la incoherencia. Señalar al islam como enemigo de la democracia mientras se guarda silencio ante la barbarie israelí en Gaza es un doble rasero intolerable. ¿Bombardear niños, arrasar hospitales, asesinar familias enteras? Eso parece “compatible” con la democracia para los que callan. Pero una mujer con hiyab, no.
El islam no teme a la democracia. El islam teme a la injusticia. Y hoy la injusticia tiene nombre y apellido: el genocidio que Israel perpetra a diario mientras los altavoces europeos miran a otro lado.
Así que el mensaje es claro, Arturo: tu islam no existe. Lo has inventado para que encaje en una frase ingeniosa. Y si algo es realmente incompatible con la democracia, no es el islam, sino el cinismo de quienes usan el dolor ajeno para fabricar dogmas de plató.
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