
Durante siglos, el discurso dominante en Europa ha retratado al islam como el «otro», una civilización extraña, incompatible, incluso amenazante. Desde las Cruzadas hasta las caricaturas de Mahoma, pasando por la islamofobia política y mediática, el islam ha sido convertido —con frecuencia— en el antagonista ideal. Pero… ¿y si en vez de enemigos fuéramos espejos?
Más parecidos de lo que se admite
A pesar de los relatos simplistas, la historia de Europa y el islam está profundamente entrelazada. No se trata solo de guerras o conquistas: se trata de influencias mutuas. La matemática, la medicina, la filosofía clásica… muchas de estas ciencias llegaron a Europa a través del mundo islámico. ¿Cómo hablar del Renacimiento sin reconocer el papel de Al-Ándalus o de pensadores como Averroes (Ibn Rushd)?
Hoy, mientras algunos agitan el fantasma del «choque de civilizaciones», lo cierto es que islam y Europa comparten muchos valores: justicia social, solidaridad, respeto a la familia, hospitalidad, caridad. ¿No es acaso la «hermandad» uno de los pilares de ambas culturas?
La Europa que se resiste a mirar el espejo
El problema no es la incompatibilidad entre islam y Europa. El problema es una Europa que, en su intento de construir una identidad pura, se niega a ver su reflejo completo. Esa Europa que ha olvidado que el islam forma parte de su historia tanto como el cristianismo o el judaísmo. Que olvida que en sus universidades se estudiaban textos árabes. Que el café, el álgebra y la noción misma de hospital se desarrollaron bajo civilizaciones musulmanas.
Islam europeo: realidad viva, no amenaza futura
El islam no es un «invasor moderno». Hay millones de europeos musulmanes. Franceses, españoles, alemanes… ciudadanos plenos, con identidad múltiple y compleja. Algunos nacidos en Europa, otros llegados por caminos duros. Todos compartiendo un mismo espacio público. ¿Hasta cuándo se les seguirá viendo como cuerpos ajenos?
Aceptar esta realidad no significa renunciar a los valores democráticos. Al contrario: significa aplicarlos con coherencia. La libertad religiosa, la igualdad, el respeto a la diversidad no son amenazas del islam, son promesas incumplidas por ciertas democracias cuando se trata de sus ciudadanos musulmanes.
Autocrítica necesaria: cuando el espejo también nos incomoda
Desde Rifpost.com, también debemos ser claros y honestos: hay comportamientos, actitudes y discursos dentro de algunas comunidades musulmanas en Europa que no representan en absoluto el islam auténtico. No todo el rechazo viene solo de la ignorancia externa o del racismo institucional; también hay quienes, en nombre de una fe mal entendida o instrumentalizada, reproducen actitudes machistas, violentas, excluyentes o simplemente incívicas. Eso no solo mancha la imagen del islam, sino que alimenta el rechazo, el miedo y la fractura. No podemos exigir respeto mientras toleramos prácticas o discursos que se alejan por completo de los principios islámicos de compasión, justicia y convivencia.
La culpa no es la fe, es el uso político de la fe
Como ocurre con cualquier religión, el islam puede ser manipulado. Pero no es el islam el problema, sino quienes lo instrumentalizan: extremistas, populistas, medios de comunicación sensacionalistas. Lo mismo podría decirse de quienes usan la cruz, la bandera o la constitución como armas.
¿Hacia un nuevo relato compartido?
Es hora de cambiar el marco. Islam y Europa no son enemigos. Son civilizaciones que se han entrelazado, se han enriquecido y también se han herido mutuamente. El desafío ahora no es levantar muros, sino construir puentes narrativos.
La pregunta real no es si pueden convivir. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a reconocernos como partes de un mismo espejo roto, que solo sanará si dejamos de mirarnos con miedo y comenzamos a mirarnos con memoria y responsabilidad.


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