
Es un infierno cotidiano. Un suplicio que se repite cada día y que se intensifica durante las grandes operaciones migratorias, como la Operación Marhaba. Miles de personas se ven atrapadas entre controles exhaustivos, colas interminables y una sensación constante de humillación en los pasos fronterizos entre Melilla-Beni Ensar y Ceuta-Fnideq.
Lo que debería ser un punto de encuentro natural entre pueblos hermanos se ha convertido en un símbolo de separación, desigualdad y sufrimiento. ¿Hasta cuándo este castigo?
La reapertura de las fronteras tras la pandemia no trajo alivio, sino más bien todo lo contrario: reforzó las barreras físicas y burocráticas entre comunidades históricamente unidas. Lejos de facilitar la vida diaria, la situación fronteriza actual ha convertido el cruce en una hazaña épica, especialmente para los residentes marroquíes de Nador y Tetuán. Lo que antes era un simple trayecto de unos minutos, hoy es una travesía de horas o incluso días.
Un obstáculo llamado visado Schengen
La raíz del problema no es un misterio, aunque muchos prefieren mirar hacia otro lado. La imposición unilateral del visado Schengen por parte de España a los habitantes de las provincias vecinas ha roto un equilibrio social y humano construido durante décadas. Familias separadas, trabajadores bloqueados, estudiantes frustrados, comerciantes asfixiados. No se trata solo de control migratorio: se trata de derechos humanos básicos, de dignidad, de respeto a las realidades locales.
Esta medida, presentada como parte de la normativa europea, responde a una lógica de seguridad y control. Sin embargo, lo que para los burócratas de Bruselas es una estadística o un protocolo, para miles de ciudadanos marroquíes y españoles es una humillación diaria. Y lo más grave: una humillación normalizada.
Hipocresía institucional y silencio social
En Ceuta y Melilla, muchos representantes políticos y sectores de la sociedad civil se muestran preocupados por la situación. Reclaman públicamente mejoras en las infraestructuras, piden más personal en los controles y critican las condiciones inhumanas que se viven a diario en los pasos fronterizos. Pero curiosamente, casi ninguno se atreve a señalar lo evidente: el verdadero cuello de botella es la aplicación del visado y el cierre de ciertos pasos fronterizos.
Este silencio —cómplice o temeroso— se traduce en inacción. Y mientras tanto, las redes sociales se llenan de vídeos y denuncias, pero no de movilizaciones. ¿Dónde están las protestas organizadas? ¿Dónde está la presión social que podría hacer temblar los cimientos de una medida injusta?
Sin una exigencia colectiva y valiente, sin un clamor ciudadano sostenido, todo seguirá igual. Las colas crecerán, la desesperación aumentará, y el discurso oficial encontrará siempre una justificación: la legalidad europea.
Más allá de la ley: la dignidad humana
El debate no debe centrarse únicamente en si la imposición del visado es legal. Debe ir más allá: ¿es justa? ¿Respeta la dignidad de los pueblos que comparten historia, cultura y vínculos familiares? ¿O responde a una lógica excluyente que ignora las particularidades geográficas y sociales del norte de Marruecos?
Los pasos fronterizos no son solo puntos de control. Son arterias vivas que conectan economías locales, redes sociales y mundos culturales. Bloquearlos o convertirlos en trincheras de sufrimiento es cortar el pulso de regiones enteras. Y ese pulso se resiente con cada coche retenido, con cada madre que no puede visitar a su hijo, con cada trabajador que pierde su jornal por no poder cruzar.
La solución existe, pero falta voluntad
Resolver este drama no requiere milagros, sino decisiones políticas valientes. Reabrir todos los pasos fronterizos. Eliminar el visado Schengen para los residentes de Nador y Tetuán, al menos en el marco de un régimen especial de vecindad. Establecer mecanismos bilaterales de gestión más humanos, ágiles y acordes a la realidad transfronteriza. Todo esto es posible. Pero solo ocurrirá si la sociedad civil lo exige.
Ceuta, Melilla, Nador, Tetuán… estos nombres no deberían ser fronteras. Deberían ser puentes. Puentes de vida, de intercambio, de convivencia. Hoy, son muros. Y esos muros no caerán con comunicados oficiales ni con lamentos en redes sociales. Caerán con unidad, con acción, con presión colectiva.
Un infierno silenciado que todos sufrimos
Hasta entonces, seguiremos viviendo lo que muchos ya llaman “el infierno fronterizo”. Un infierno hecho de calor, de empujones, de papeles, de vigilancias abusivas. Un infierno que no discrimina entre nacionalidades, que castiga tanto al marroquí como al español. Un infierno que representa la peor cara de Europa: la cara que olvida que las fronteras, si no se gestionan con humanidad, se convierten en trincheras de injusticia.
Y tú, lector, ¿hasta cuándo piensas mirar hacia otro lado? Comenta y comparte este artículo.
Es un castigo total y las autoridades no hacen nada porque parece que no les importamos